miércoles, 14 de julio de 2010

MOAT

Se lo merecían los muy cabrones. Traición, traición, bastardos, traidores. Dos años metido en esa pecera de metal y cuando salgo… joder, ¿qué he hecho? A la mierda, se lo merecían los muy cabrones. ¿Novia?¿amigo? seguro que se la tira mientras arden en el infierno.
Mientras avanzaba por el bosque apartando las ramas que salían a cortar su paso, como brazos justicieros que arañaban sus brazos, Raúl trataba de pensar en algo que no fuera su crimen. El sol calentaba sus hombros, por lo que no podía pensar con la misma claridad con la que los rayos del astro bañaban el verde fantasmal de aquellas tierras, antes muy bien conocidas por él. Raúl había veraneado en varias ocasiones cerca de allí, en un pueblo llamado Rothbury. Era conocido en la taberna debido a sus excesos continuados con el alcohol, ya que estos siempre acababan en alguna pelea absurda motivada por la enfermedad congénita de Raúl que le obligaba a llevar la contraria en cualquier tema de conversación. Necedad.
Nada parece estar en su sitio, ¿dónde está el río? Alguien lo ha cambiado de lugar; allí, junto al gran roble, allí había un viejo molino… joder, ¡no, espera! Era por aquel lado. ¡Si, ya me acuerdo! Tengo que correr, correr, correr… pero, ¿hacia dónde?
Estaba asustado, sabía que le perseguían. La noche anterior se había adentrado en el pueblo; sabía que la señora que vivía cerca de la tienda dejaba la puerta de su casa abierta. Entró descalzo, agarró el pomo y este alarmó un pequeño crick cuando fue girado. Raúl esperó tres segundos en posición de vigía. Al no oír más que al presentador de algún cutre CallTv , con un movimiento rápido y firme entró en la casa. Pensó que la luna, la de las mil caras, le protegía y estaba de su parte; ésta iluminaba la cocina entrando en silencio por la ventana. Se acercó al salón mientras comía un aperitivo envuelto en pan de molde. Cambió de canal y vió su rostro en las noticias de madrugada.
Puede que no estén lejos, esos cerdos fascistas con sus disfraces de monos adiestrados, sus pistolas automáticas… ¡ mandaré a seis o siete directos al cielo como se les ocurra ponerse tan sólo delante de mi! Debo cruzar pronto el río, al otro lado me esperan mis chicos para sacarme de este país de traidores. Ahí está, el río …
Se detuvo en el último árbol que miraba hacia el río y allí estaban, la policía rastreaba la zona. Caminaban por la orilla del río sujetando a sus perros, que olfateaban la tierra húmeda y verde en busca del rastro del asesino. Uno de ellos, el perro más joven, criado en una sucia perrera, quizás por eso también era el más fiero, levantó la mirada y olió el aire. Raúl lo miró desde lejos. En ese mismo instante en el que animal y hombre se funden en un mismo ser, fue consciente de que estaba acabado; en breves momentos, la fiera, el delator, comenzaría a ladrar poseído.
Con su brazo rodeando un ancho árbol, se dejó caer el suelo hasta sentar su culo en la hierba y apoyar su espalda contra el mismo. En dirección contraria a la corriente del río, con la respiración profunda y veloz, sacó su revolver oculto en su bota derecha. Observando el vaivén de las ramas, que pasaron de arañar sus brazos a mecerlo en un profundo ensueño, miró al cielo que se dejaba entrever con las hojas. Bajó su vista hacia el arma, lo agitó suavemente de derecha a izquierda, y justo cuando el perro comenzó a ladrar, levantó su revolver y apuntando directamente a su sien, se voló los sesos.

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