miércoles, 21 de julio de 2010

Internos

Se agotaba mi libertad. Al menos así lo percibí al levantarme el treinta y uno de julio a las ocho de la mañana. Mi familia estaba dispuesta a dejarme en manos de unos profesionales y a prescindir durante unos meses de mi presencia, como quien posa un saco de piedras de río cargadas inútilmente, sin sentido ni recompensa.
Noté sus miradas en el desayuno que me ahogaban en silencio, con ese tipo de tensión que merodea en el ambiente incapaz de ser tan siquiera rasgado por el cuchillo con el que David decapitó a Goliat. Viví cada acción aquella mañana como si llegara a ser la última. Me duché con Santa calma, me vestí como me hubiera gustado que encontrasen mis restos en alguna carretera secundaria y calcé mis mejores zapatos.
Teníamos tiempo, hasta la una y media no me abandonarían, así que tomamos café en un pequeño bar a dos kilómetros del Centro donde pasaría los próximos nueve meses, como en un útero, sin salida. Paseé al lado de mi padre, que sin hablar, sin mirar, parecía comunicarse con el entorno a través de su respiración. Cada vez que lanzaba un suspiro yo leía entre líneas, y suponía que quería decir algo. Quizás algo parecido a: cuídate mucho, te echaremos de menos, los siento… El caso es que siguiendo su modus operandis, entramos en una joyería y me compró un reloj, así pensaba que el gesto hablaría por él y quedaría todo dicho entre nosotros.
-Elije el que quieras. Mira ese que bonito con la carta de navegación impresa.-una vez más me dejaba perplejo ante tal grado de incapacidad para poner de manifiesto sus pensamientos. Se puso nervioso. - ¿qué te pasa? ¿no te gusta ninguno?
-La verdad, que no uso reloj.-
-¿Por qué no? Además sabes que te hará falta uno.
-Está bien- lancé lánguidamente- quiero ese- Sé, que en cierta medida, elegir el Casio más barato de correa negra y esfera blanca le decepcionaría, una vez más.
Recogimos a mi madre y a mi hermana y nos subimos al coche. Había grabado una selección de canciones para ese último viaje; incluso el orden, de la primera a la última, había sido estructurado minuciosamente. Así que en cuanto enfocamos la cuesta de entrada al Centro, como el DJ principiante que era, torpemente pasé las canciones hasta selecciona El último diciembre. Cerré los ojos. Sentado en el cómodo asiento del limpio y flamante automóvil negro, recordé días claros de Otoño paseando por calles de adoquines grises entre hojas marrones, con la luz anaranjada bañando los edificios, mutándolos en vida.
Una voz de represión me hizo salir del ensueño. Nos confundimos de entrada, quizás resultaba ser una premonición. Dimos la vuelta y al entrar nos recibieron cuatro internos que amablemente se dispusieron a llevar mi equipaje a la habitación para hacer un registro de mis cosas.
Ellos se fueron, mi padre con las manos en los bolsillos y mi madre sujetando su bolso. Les acompañé hasta la verja, y mientras se cerraba observé, en plena quietud, a mi padre girarse y mirarme con los ojos húmedos y su rostro enrojecido. Allí me quedé estoicamente, viendo como mi libertad se esfumaba en un limpio y flamante coche negro.

2 comentarios:

  1. hermoso jon, crudo como a la vida e intenso. Me gustaría conocer el final, que será del personaje protagonista..
    un abrazo

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